sábado, 19 de abril de 2014

HITLER Consumio Drogas Sicodelicas

HITLER consumio drogas sicodelicas en su afan de buscar un sentido mas profundo a conceptos que se escapaban como a  las mayoria de nosotros, conceptos como el espiritu el alma, Dios . la eternidad la muerte

Hitler teni claro que par alcanzar la sabiduria en estos temas tan dificiles deberia alcanzar un estado conocido como el nirvana , una especie de extasis que le abriria la mente a mundos desconocidos donde talves estarian las respuestas  a sus inquietudes pero para alcanzar el nirvana se tenia que dedicar mucho tiempo , a;os enteros a la bondad la compasion, ayunos interminables, fue cuando escucho que con ciertas plantas y drogas podria alcanzar esos estados y comenzo su caminar sicodelico .



Los textos que acontinuacion presento son unresumen del libro HITLER LA CONSPIRACIÓN
DE LAS TINIEBLAS del autor TREVOR RAVENSCROFT


La publicación de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, anunció el tipo de transformación que se produciría en la opinión pública, circunstancia que el doctor Stein ya había anticipado largo tiempo atrás. Esta transformación atacaba el escepticismo que reinaba respecto a la validez del ocultismo y a la existencia de un nivel superior de conciencia y de dimensiones ulteriores en el tiempo al alcance de la mente humana. El brillante comentario de Huxley sobre su propia experiencia en el terreno de la consciencia trascendental bajo los efectos de la mescalina, iluminaron la anatomía del espacio interior y proyectó la idea de que el hombre mismo constituye un puente entre dos mundos, el terrenal y el extrasensorial. También arrojó cierta luz sobre el entonces poco conocido hecho de que el cerebro, el sistema nervioso y los órganos sensoriales funcionan como barrera protectora contra lo que, en caso contrario, sería la intrusión exagerada de la «Mente Total», y actúa como una válvula de reducción que dosifica la «miserable cantidad de la clase de consciencia que nos ayudará a sobrevivir sobre la faz de este planeta en particular».

Hitler dijo Supe de inmediato que aquel era un momento importante de mi vida. Y sin embargo, no podía adivinar por qué un símbolo cristiano me causaba semejante impresión. Me quedé muy quieto durante unos minutos contemplando la Lanza y me olvidé del lugar en el que me encontraba. Parecía poseer cierto significado oculto que se me escapaba, un significado que de algún modo ya conocía, pero que no podía reconocer conscientemente. Cruzaron mi mente las palabras del Meistersinger de Richard Wagner:
Y aún no lo consigo.
Lo siento y, sin embargo, no lo comprendo.
No puedo retenerlo ni tampoco olvidarlo.
Y si lo alcanzo, no puedo medirlo.
Se trataba de unos versos que antes había considerado como la expresión del deseo de los demás de comprenderme a mí y al significado de mi destino. Una exhortación diaria y una confianza nunca defraudada que prevalecía en mis horas más oscuras y solitarias.

Y en aquel momento, este joven pálido y de aspecto enfermizo, que había olvidado con tanta rapidez su anterior estado de ánimo desesperado, sintió que estas místicas líneas superaban su incapacidad de entender el mensaje que este antiguo talismán de poder le transmitía y al mismo tiempo mantenía alejado de él.
La Lanza parecía ser una especie de médium mágico de revelación, ya que introducía el mundo de las ideas en una perspectiva tan cercana y viva que la imaginación humana se hacía más real que el mundo de los sentidos.
Me sentía como si la hubiera sostenido en las manos en algún siglo anterior, como si yo mismo la hubiera reclamado para mí como mi talismán de poder y hubiera tenido el destino del mundo en las manos. ¿Pero cómo era posible aquello? ¿Qué clase de locura se estaba apoderando de mi mente y estaba creando tal tumulto en mi pecho?
Adolf Hitler seguía contemplando embrujado la antigua arma cuando se cerraron las puertas de la Weltliche Schatzkammer y tuvo que marcharse.


Aunque es bien sabido que Hitler estudió varios sistemas de yoga, no existe ninguna prueba de que se colocara sobre su cama de la pensión de mala muerte en la Meldemannstrasse en las posturas del Hatha Yoga de Patanjali. No tardó mucho en darse cuenta de que las asanas y las técnicas de respiración del yoga habían sido configuradas para la fisiología del hombre oriental contemporáneo. Veía el yoga como un camino para un pueblo cuyo sentido del ego era débil y en el que el poder del intelecto no había hecho más que tímidas incursiones; una técnica que pretendía purificar el cuerpo mediante el ascetismo y la meditación hasta tal punto que se convirtiera en el ojo del alma. «La última cosa que deseo es acabar en la piel de un Buda», dijo Adolf Hitler .
Adolf Hitler se enfrentaba a la misma situación que la joven generación de hoy que busca las puertas de la percepción y un camino hacia la dilatación de la mente sin el recurso de las drogas. Entre la gran cantidad de textos antiguos que leyó, no pudo encontrar ningún apoyo seguro para empezar a escalar hacia la consciencia trascendental, ni ninguna forma inmediata y práctica de iniciación que pudiera acabar con el dominio de los sentidos y la astucia del intelecto ligado a los sentidos.
Estaba convencido de que el secreto de la Lanza de Longino estaba relacionado con un poderoso misterio de sangre y algún concepto totalmente nuevo del Tiempo. Pero, ¿en qué lugar de la historia o del panorama actual puede hallarse un camino exclusivamente occidental hacia los estados trascendentales de la mente?, se preguntaba.
La respuesta llegó de un lugar sorprendente. Sorprendente porque había vivido con la solución delante de las narices. ¡Parsifal, la ópera de Richard Wagner inspirada en los misterios del Santo Grial!
Parsifal, la última gran obra de Wagner, era una dramatización muy personal del poema del Grial cantado por Wolfram von Eschenbach, un poeta y trovador del siglo XIII. Y Adolf Hitler creyó encontrar en este notable poema de la Edad Media lo que andaba buscando: un camino occidental para alcanzar la consciencia trascendental y nuevos niveles de experimentación del Tiempo.

La extraña transformación a la que estaba asistiendo Stein desde sus orígenes sería descrita más tarde por otras personas que fueron testigos de esta posesión satánica de un modo más concreto, a medida que Hitler avanzaba paso a paso hacia la cumbre del poder. Así, George Strasser, un nazi que desertó, recordaba veinte años más tarde:

Escucha a Hitler y de pronto tendrás la visión de alguien que guiará a la humanidad hacia la gloria. Una luz aparece en una ventana oscura. Un caballero con un cómico bigotillo se convierte en un arcángel. Entonces el arcángel levanta el vuelo y allí queda Hitler, bañado en sudor y con los ojos vidriosos.

Cuando Hitler realizaba sus investigaciones sobre el Grial, el cual concibió como el sendero que conducía desde la apatía sin pensamientos a través de la duda hacia el despertar espiritual, la palabra que con mayor frecuencia salía de sus labios era «iniciación». En incontables ocasiones mencionó los grados ascendentes que se suceden en el camino hacia la consecución de los niveles superiores de consciencia, explicando el significado de los símbolos heráldicos y las insignias de armas de los caballeros, que interpretaba como representantes de los diversos escalafones por los que habían pasado en la búsqueda del Grial.
El cuervo negro era el símbolo del primer grado, explicaba, porque el cuervo simbolizaba el Mensajero del Grial y el dedo del destino que guiaba a los hombres hasta él. El segundo grado se representaba con el pavo real, y su brillante plumaje era el símbolo de la capacidad para conseguir los poderes de la imaginación o de la representación de imágenes.
El cisne era la señal del tercer cisne, ya que los novicios que querían llegar a él tenían que entonar el canto del cisne. Es decir, tenía que morir por sus propios deseos egoístas y su debilidad para servir a los objetivos más elevados de su raza.

El cuarto grado quedaba representado por el pelícano, el pájaro que se hiere a sí mismo en el pecho para sentir su juventud. Un iniciado así, concluía Hitler, vivía para la perpetuación de su propio pueblo y se entregaba a la nutrición de su juventud.
El león significaba que un hombre había alcanzado el quinto grado y había unificado su consciencia con el espíritu de su raza. Él era el recipiente de este espíritu. Un hombre así se había convertido en el líder mesiánico de su pueblo.
Y según la interpretación no cristiana de Hitler, el grado más alto lo confería el emblema del águila, porque el iniciado ya había alcanzado los poderes más elevados a los que un hombre puede aspirar. Ya podía asumir el destino histórico del mundo.
«¿Qué tiene que ver este sendero de iniciación con el carpintero de Nazaret, un rabino que se había nombrado a sí mismo y cuyas enseñanzas de amor y compasión habían desembocado en la rendición de la voluntad de vivir? —se  preguntaba Hitler—. ¡Nada! Tampoco las disciplinas del Grial para el nuevo despertar de los poderes latentes en la sangre tenían absolutamente nada que ver con el Cristianismo.»
¿Había algún pasaje o algún incidente en la historia del Grial que no pudiera sostenerse por sí misma sin la intromisión de las falsas doctrinas cristianas?
«No —respondía Hitler—. Las verdaderas virtudes del Grial eran comunes a los mejores pueblos arios. El Cristianismo sólo agregó las semillas de la decadencia, tales como el perdón, la abnegación, la debilidad, la falsa humildad, y la negación de las leyes de la evolución sobre la supervivencia del más fuerte, el más valiente y el que tiene más talento.»
Walter Stein siempre podía contar con una ración de este tipo de discurso cada vez que se encontraban, pero aprovechaba las oportunidades cuando Hitler estaba más accesible para plantear todas las preguntas que pudieran llenar las lagunas del conocimiento cada vez más profundo que había adquirido sobre el trasfondo de las investigaciones de Hitler acerca de los misterios del Grial y la leyenda de la Lanza.
Stein sentía gran curiosidad por saber dónde encajaban Ernst Pretzsche y su asociación con la infame logia de la sangre de Guido von List, ya que cada día que pasaba era más consciente de que Adolf Hitler tenía un mentor espiritual experimentado que acechaba entre bastidores. Aun así, temía preguntárselo a Hitler, porque se había dado cuenta de que Hitler se encerraba en sí mismo como una ostra cuando tenía la sensación de que le estaban interrogando. La solución se presentó una tarde de noviembre en la que Hitler trajo una carta al lugar de su encuentro, la cual, según dijo, había obtenido a través de Ernst Pretzsche hacía algún tiempo.
Walter Stein identificó aquella carta como una de las ilustraciones de la obra de Basilio Valentín, un alquimista del siglo XVI, que había descrito en una serie de cuadros los temas centrales del Parsifal de Wolfram von Eschenbach.
Esta reproducción en particular que Hitler había traído consigo representaba a los caballeros Parsifal, Gawain y Feirifis, los tres héroes de la historia, que estaban ante la ermita de Treverezent, el anciano y sabio guardián de los secretos del Grial. Hitler confió a Stein que Ernst Pretzsche había descubierto que en esta encantadora ilustración parecida a la de un cuento de hadas, estaba escondido todo el camino que conducía a la consciencia trascendental. Walter Stein ya había descifrado el significado que encerraba, y más tarde utilizó la ilustración en su libro, El Siglo Noveno.

El siguiente símbolo es el más extraño y misterioso de todos y ha confundido a las mentes más perspicaces en la búsqueda del Grial: un cubo de basura con un sol y una luna desechados. Este extraño simbolismo representa la condición espiritual de un hombre que por mucho que haya aprendido sigue atrapado en el «cubo de basura» tridimensional de la consciencia, el mundo de la medida, el número y el peso. Es decir, el alma que todavía no es capaz del pensamiento «libre de sentidos» que conduce a la consciencia trascendental.
Sobre el cubo de basura, que encierra a un sol y a una luna de aspecto infeliz, hay una extraña cocina de hechicero con chimeneas humeantes. Esta extraordinaria cocina situada cerca de la cima misma de la montaña representa los sutiles cambios de la alquimia que deben tener lugar cuando el espíritu, el alma y el cuerpo son conducidos a una armonía interior y conjunta dentro de la cual las facultades de la expansión mental pueden desarrollarse, la trinidad del conocimiento imaginativo, la inspiración y la intuición con las que el caballero que aspira a la obtención del Grial puede atravesar el puente entre dos mundos: el terrenal y el sobrenatural. En esta etapa de la búsqueda del Grial el caballero debe llegar al conocimiento de sí mismo más penetrante. Debe descubrir por sí mismo el verdadero significado de la imparcialidad, la tolerancia y la ecuanimidad. Una imparcialidad en las que todos los prejuicios, especialmente los prejuicios raciales, deben ser eliminados del alma; una tolerancia inspirada en el verdadero respeto por la igualdad de todos los hombres; una ecuanimidad nacida de la confianza total en Dios. Ahora que ya es dueño de sus pensamientos, sus sentimientos y su Fuerza de Voluntad, el aspirante debe ser capaz de discernir de inmediato entre lo que es moralmente real y lo que no lo es, entre lo eterno y lo efímero. Sobre todo, debe valorar la capacidad concedida por Dios para llegar a la libertad espiritual, toda su vida debe convertirse en dedicación total a servir a la humanidad en el seno de la cual todas las motivaciones personales se han elevado a las alturas de los Ideales Universales.
Aquí, en el mismo umbral del Santo Grial, las palabras de san Pablo suenan de nuevo: «No yo, sino Cristo en mí». El caballero toma ahora el sendero de la humildad que conduce al aniquilamiento del egoísmo en el fuego consagrado del amor de Cristo.

No tardó mucho en averiguar que la colorida historia de la búsqueda del Grial estaba estructurada de tal modo, que detrás del encantador fluir de las palabras del trovador siempre se escondían niveles más profundos de verdad. Pronto llegó el momento en que descubrió que había llegado tan lejos en sus investigaciones como lo permitía el intelecto. Para atravesar el umbral de la consciencia trascendental, que podría revelarle los secretos más profundos del Grial, se encontraba ante dos alternativas: el camino de la renunciación wagneriano ante la cruz de un Cristo Ario, o una zambullida directa en la práctica de la magia negra tomando un atajo que condujera por la vía rápida al conocimiento más elevado.
El primer camino le parecía una «capitulación monstruosa ante la náusea espiritual —en palabras de Friedrich Nietzsche—, un bajar la cabeza ante las más enormes corrupciones posibles». El segundo sendero, como si su destino personal estuviera guiado por la mano de Satanás, se le abrió sin esfuerzo cuando conoció a Ernst Pretzsche, el librero que había realizado un estudio exhaustivo, así como extensas prácticas del arte de la magia negra.

¿Y qué significaban las fascinantes palabras «sin las artes de la magia negra»? Esta pregunta colocó a Pretzsche en su elemento. Le explicó a Hitler que el Archivo Akásico podía ser leído de un modo mucho más rápido y sencillo, aunque igualmente efectivo, con la ayuda de la magia negra. En aquella pequeña oficina de la trastienda de la librería situada en el casco antiguo de la ciudad, Pretszche desveló a Hitler los secretos encerrados tras el simbolismo astrológico y alquímico de la búsqueda del Grial, el cual ya hemos expuesto con cierto detalle. También en aquel lugar el siniestro jorobado proporcionó a su monstruoso discípulo la droga que procuraba la clarividente visión de los aztecas, el mágico peyote, que era venerado como si de una deidad se tratara. Una droga con un efecto similar al de aquella que había ayudado a las comunidades esenias a contemplar el descenso de Logos, el Mesías que se acercaba; la droga que medio siglo más tarde inspiraría a Aldous Huxley a escribir el libro que hizo época, Las puertas de la percepción: Cielo e Infierno, y que llevó al incrédulo Timothy Leary a realizar su primer viaje de dilatación de la mente, que marcaría el inicio de la era psicodélica.
Según los antiguos, estas drogas hablaban «con la voz de Dios», pero de acuerdo con los más elevados ideales del Santo Grial, constituían el aprendizaje del abc con el arte de la magia negra, una ratería inducida por las drogas de la crónica cósmica   que destruyó el verdadero significado del destino de la humanidad en el mundo cristiano .

Pretzsche convenció a Hitler de que practicara todas las disciplinas preliminares de la búsqueda del Grial, tales como la concentración profunda, el poder de meditación necesario para manejar los pensamientos como si fueran objetos, el control estricto de los sentimientos, y el intento de dominar los deseos primarios. Según Pretzsche, todos estos aspectos eran vitales, porque sin un trasfondo así de control de la mente y disciplina interior, las drogas por sí solas no orientarían su visión ni le harían objetivamente receptivo a las realidades que encerraba la dilatación de la mente. La droga (que, según se sabe hoy en día, contiene mescalina, el principio activo del peyote) compensaría entonces esta condición de química corporal, que de otro modo sólo sería misteriosamente creada por la consecución verdadera de las elevadas virtudes del Grial, y le conduciría de un modo directo a una fructuosa experiencia de consciencia trascendental.

Adolf Hitler, que aspiraba a la posesión satánica, iba a experimentar lo contrario a la «gracia», porque la percepción inducida por las drogas que estaba ahora sintonizada en su consciencia sirvió para guiarle hacia sus metas siniestras e inhumanas de poder personal, de tiranía y de conquista del mundo. Una especie de garantía de maldición personal como recompensa por su solitario himno de odio, desprecio y abominación de la humanidad.
Aldous Huxley ha descrito con inusual perspicacia el tipo de experiencia de imágenes que una persona media puede esperar bajo los efectos de una fuerte dosis de mescalina.

La típica experiencia con mescalina empieza con la percepción de formas geométricas de muchos colores en movimiento. En pocos instantes la geometría pura se convierte en algo concreto, y el individuo no percibe muestras, sino objetos con muestras, tales como alfombras o mosaicos. Estos dan paso a enormes y complicados edificios, en medio de paisajes que cambian continuamente, y que pasan de la riqueza a la riqueza aun mayor de colores, de la grandeza a una grandeza aun mayor.
Pueden hacer su aparición figuras heroicas del tipo que Blake denominaba «El Serafín», solas o en multitudes. Animales fabulosos se mueven por el escenario. Todo es nuevo e impresionante. En raras ocasiones el individuo ve alguna cosa que le recuerde a su propio pasado. No está recordando escenas, personas u objetos, no los está analizando; está contemplando una creación totalmente nueva .

Nadie describiría a Adolf Hitler como una persona corriente, y su reacción a la droga no podría recibir jamás el calificativo de típica. Elevado ya al umbral de la percepción espiritual sin ayuda de las drogas y dotado de grandes facultades como médium, sus visiones provocadas por el peyote parecen haber estado totalmente condicionadas por sus metas específicas y por su extraordinaria fuerza de voluntad para adquirir una forma mucho más definitiva.
Es imposible describir con detalle el contenido definitivo de estos viajes al interior de la percepción psicodélica, ya que Hitler no se prestó a hablar de ello con Walter Stein. En realidad, el hecho de que alcanzara la consciencia trascendental y formulara su Weltanschauung en este período con ayuda de las drogas, se convirtió en el secreto mejor guardado de su vida. Sin embargo, describió sus experiencias con detalle suficiente para que Walter Stein pudiera hacerse una idea de las categorías de percepción que la droga evocaba en él.
El momento más lleno de terror de su primer viaje debió de ser aquel que hoy en día recibe el nombre de punto crítico en el uso de alucinógenos por parte de individuos psicóticos, punto en el que el alma se siente enrollada y arrancada del espacio tridimensional del mismo modo brutal que un pez que muerde el anzuelo. Aun así, mientras se sumergía, daba vueltas y avanzaba por estos parpadeantes, sonoros, palpitantes y sobrenaturales paisajes de colores, que son característicos de la experiencia con mescalina. Hitler, al parecer, conservó alguna parte de su identidad, ya que describió que era consciente en aquel momento de que estaba encerrado en medio de las imágenes proyectadas de los ritmos y los procesos fisiológicos de su propia química corporal, imágenes vivas que reflejan en una perspectiva colosal funciones bioquímicas tales como los latidos del corazón y la circulación de la sangre, la respiración y el metabolismo.
Pero no fue esta esfera de desvelamiento de las relaciones entre el macrocosmos y el microcosmos lo que fascinó a Hitler en esta fase. El verdadero objetivo de estas peligrosas incursiones en las desconocidas profundidades del «espacio interior», era descubrir el significado de su propio destino personal dentro del proceso histórico.

La búsqueda del significado del destino personal y el intento de descubrir anteriores encarnaciones en la tierra a través de la percepción inducida por las drogas, ha llevado a incontables representantes de la generación más joven a graves errores y estados ilusorios muy peligrosos. Porque en los estratos sutiles, evasivos y enormemente complejos del Archivo Akásico todo adoptará la forma de caos y confusión si el individuo no ha aprendido antes las arduas y largas disciplinas de la iniciación al ocultismo. Este aprendizaje, que incluye el dominio de todos los aspectos del pensamiento humano, los sentimientos y la fuerza de voluntad, abre los órganos de conocimiento espiritual necesarios y proporciona al aspirante la capacidad requerida para orientarse en el entramado interminable de las esferas supraconscientes, que de otro modo serían inescrutables.
Adolf Hitler también experimentó el caos y la confusión que resultan de la total falta de preparación y de la inmersión moralmente precipitada en los mares de la percepción trascendental. Sin embargo, en este sentido, no estaba tan limitado como el resto de los «viajeros» psicodélicos contemporáneos, que no tienen ni la capacidad de concentración ni la fuerza de voluntad para encontrar su camino ni dirigir su visión en la existencia supraconsciente. Adolf Hitler, cuya carrera ha sido descrita por la mayoría de las eminencias en el tema como «el notable logro de la fuerza de voluntad humana», jugaba en este terreno con ventaja.
Entre la enormemente rica variedad de imágenes coloridas y móviles que asaltó su consciencia desde todas partes, siguió su costumbre de concentrarse «en lo esencial y dejar de lado lo inesencial», y, de este modo, consiguió librarse de la terrible confusión y formar un solo motivo de consciencia que según él ampliaría sus metas.

Afirmó haber entrado en la comprensión lúcida, en lo que él llamaba «las corrientes universales de pensamiento divino», que habían inspirado al trovador a componer Parsifal y a Richard Wagner, su ópera más importante alrededor del punto central de la Lanza del Destino.
En estas esferas etéreas donde los pensamientos son más concretos que los objetos materiales de la tierra, Adolf Hitler se encontró inmerso en un tapiz que, por mor de una expresión más correcta, sólo podemos describir como un mosaico de «mitología celestial»: sin embargo, mientras se sentía transportado a este río de las corrientes universales del pensamiento, que proyectaban en imágenes la búsqueda del Santo Grial, se dio cuenta al mismo tiempo de que este lazo de simbolismo etéreo reflejaba en verdad acontecimientos históricos de la Edad Media.
En otro nivel de consciencia, que experimentó al mismo tiempo, verdaderos recuerdos de una de sus encarnaciones anteriores surgieron parcialmente. Sin embargo, estos recuerdos de una vida anterior en la tierra no formaban parte, al parecer, de un proceso continuo de la memoria. Más bien eran como flashes silenciosos, aislados y momentáneos que no seguían el curso normal del tiempo terrenal..., imágenes de lugares situados en alguna zona climática del sur, al parecer Italia o Sicilia, imágenes de situaciones en las que los personajes aparecían vestidos con ropas medievales y con las armas y los utensilios propios de los siglos IX y X.
Adolf Hitler había hablado a menudo de la tradición india de la reencarnación, tradición que el consideraba negativa y retrógrada, ya que él se negaba a considerar la vida como una «rueda de sufrimientos», de la que la humanidad debería escapar a toda costa. Consideraba que la visión atenea del renacimiento era mucho más realista. Tenía en gran estima el «Mito de Er», de Platón, que concluye la República y contempla la reencarnación cómo un reajuste de la balanza de la justicia de una vida a otra.

Adolf Hitler había sentido gran impaciencia por descubrir la grandeza de sus propias vidas anteriores en la tierra. ¿Acaso no había estado ante la Lanza del Destino, en el Hofburg, y había sido presa de la sensación de que había sostenido anteriormente en sus manos este talismán de poder y de conquista en algún siglo pasado de la historia? ¿Un César todopoderoso, quizás, o uno de los grandes emperadores romanos como Barbarroja, un líder de los caballeros teutones, o incluso un admirado héroe gótico como Alarico el Valiente?
A este respecto, Adolf Hitler se había llevado una enorme sorpresa. La dilatación mental provocada por las drogas había demostrado que la biografía espiritual de sus encarnaciones anteriores no incluía ni al dirigente todopoderoso ni al tipo de magnífico teutón rubio que había anticipado con tanta impaciencia.
No había tardado mucho en descubrir que, en este Mentido, el Parsifal de Wolfram von Eschenbach no era un libro como los demás. Lo identificó como un documento de alto rango de iniciación. Había sido lo suficientemente perspicaz como para percibir que tras los versos se escondía una imagen profética de la era contemporánea; una especie de espejo mágico que predice los cataclísmicos acontecimientos de las distintas décadas del siglo XX, y que visualiza el semblante oculto de este período histórico crítico, durante el cual la humanidad es lanzada contra el umbral mismo del espíritu.

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